lunes, 8 de noviembre de 2010

Bye Bye Rios, adios.

El sábado volvimos a vivir una de esas noches de concierto. Estaba vez el afortunado en contar con nuestra presencia fue Miguel Ríos, que se encuentra metido en una gira de despedida, puesto que ha decidido que hasta aquí ha llegado, en lo que ha hacer grandes conciertos se refiere. Quizá yo me encuentre en el límite de edad de la gente que conoce y le gusta este tipo, pero lo mío conlleva una parte nostálgica en todo esto. Recuerdo aún cuando íbamos a casa de los yayos, los sábados por la tarde-noche y nos poníamos a escuchar mis hermanos y yo en el equipo de música de mi tío Antonio el doble vinilo Rock & Ríos (su mejor trabajo, concierto que dio en el antiguo Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid en 82, creo). Lo escuchábamos turnándonos unos auriculares de esos hiper-tochos que había antes. Tras este recuerdo, me viene el de ir en un Chrysler 150 azul verdoso, los cinco, con un radio-casette a pilas, escuchando la cinta que grabamos de aquel disco de vuelta de pasar el día junto a los titos y primas en la Aldea del Fresno o el Burguillo (esa, que era una cinta negra con el papel medio despegado, o la de los “Jóvenes Carrozas” ). El caso es que desde chiquito escucho su música y la llevo metida dentro, con lo que no podía dejar pasar el “ultimo concierto”.

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Dos horas y media de música, de rock, con invitados como Amaral, Golden Lake, Rosendo, una impresionante Ana Belén… Reconozco que no va a ser para mi la perdida más grande, pero algo si que se mueve dentro cuando un músico que llevas escuchando toda la vida decide dejarlo por temas de edad…

Lo peor: el público. Si, como lo leéis. Vale que la media rondaba los 50 años o más, pero me parece incomprensible que la gente de pista se moviera poco y nada. Pero peor aún, que la gente de grada (nosotros estábamos en grada), estuviera más de la mitad del concierto sentado en su butaca aplaudiendo solo al final de cada canción. Solo a partir de “Año 2000” la gente empezó a reaccionar, pero aún así fue el público más frío que he visto jamás, que no es para nada muestra de lo que suele ser el público madrileño en conciertos de Rock.

Yo por mi parte lo canté todo. De principio a fin, y disfrute como un enano, con cierta sensación de pena en el ultimo tramo, sabiendo que esto se acababa.

Delante de nosotros un matrimonio con sus hijos (supongo…) mayores. El hombre, el padre, calculo que entre 65 y 70 años. La canción de ese momento: Santa Lucia, a dúo con el increíble Carlos Tarque. Bueno, el hombre no pudo aguantar y se echó a llorar. Algunos de los de alrededor se rieron de el, pero reconozco que yo no pude. Me hizo pensar en alguno que no quiso venir al concierto porque no le gustaba el follón de gente y ruido. Lo dudé en su momento y lo dudo ahora. No se si la razón es sincera o es más bien cuestión de “nostalgia”. Si yo estuviera en el lugar de ese hombre de la fila de delante, quizá también se hubieran reído de mi.

En fin. Objetivo cumplido. Para mi un buen concierto, muy buena compañía, y por lo que significa aquí dentro, una noche para el recuerdo.

Los viejos rockeros nunca mueren, decía Miguel, y “El rock ‘n roll es un boomerang […] por eso siempre volverá”. Pues egoístamente, espero que así sea.

Salu2.

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